Las apariencias son cómodas. El “progreso”
ha traído comodidades y esas comodidades no sólo han venido para quedarse entre
nuestras cosas sino que se han ido metiendo en nuestra mente. Nos hemos vuelto
mental y amorosamente cómodos. Poco a poco nos hemos ido olvidando cómo desentrañar
el alma de las cosas y ahora ni siquiera lo consideramos elemental ni
necesario. Nos quedamos en las formas y descartamos el contenido perdiéndonos
con ello los tesoros más grandes.
Hoy en día alguien puede decirte las
mentiras más grandes con una sonrisa y nos quedamos con la sonrisa, el amor
parece que vale más si tiene una marca de moda que lo avale y el cerebro debe tener
talla S.
Pero esto no sólo sucede en los ámbitos más
superficiales, también se ha colado en aquellos espacios que se consideran más “profundos”.
La enfermedad de la “titulitis”, del currículum, de la “cantidad” de libros
publicados, conferencias, los hábitos o túnicas, etc. nos cierra los oídos (y el corazón) a escuchar
otras voces (y otros corazones) con algo más de atención.
Nos enseñaron a leer, lo justito, lo “necesario”,
pero no nos enseñaron a leer entre líneas, a leer el alma de las cosas con el
alma, a ir siempre un poco más allá de la piel, más adentro. De la propia y de
la ajena.
Le tenemos pánico a las profundidades, pero
no nos cortamos ni un pelo a la hora de juzgar lo que “miramos” desde fuera.
Miramos pero no “vemos”, porque “¡no tenemos
tiempo para eso!”, tenemos prisa por “demostrar” y “demostrarnos” cuánto
sabemos y por eso triunfan los políticos y los embusteros de dulces palabras.
Todos tenemos un alma, las cosas tienen
alma, las situaciones tienen alma, el lenguaje tiene un alma que se expresa
mucho más allá de las palabras.
Y ¿qué es el alma de las cosas? El alma de
las cosas es su historia completa, sus debilidades y fortalezas, sus dolores y
alegrías, su misión. Así que, aún proponiéndonos “ver” el alma y, aún así pretendiendo
juzgarla, seríamos incapaces, porque no nos alcanzaría la vida para poder verla
completa, porque siempre habrá algo que nos será velado, porque no somos
quienes para poder decir de qué manera deberían ser o hacerse las cosas.
Nuestra labor más inmediata, y que
seguramente nos lleve también toda esta vida, es conocer nuestra propia alma,
sus deseos y necesidades, qué es aquello que la expande en amor y qué es lo que
la aleja de sí misma. Sólo conociendo cada vez un poco más nuestra alma
podremos comprender, no en sí el alma de los demás, sino su funcionamiento.
Comprenderíamos que cada cual tiene sus “para qués” que no nos corresponde
saber y mucho menos juzgar. Conociendo cada vez más nuestra propia alma, ella
nos ayudaría a “ver” más allá de lo que ven los ojos. El alma tiene la cualidad
de empatizar con las demás almas y no mide, porque sabe que no puede hacerlo,
porque sabe que cuando nos adentramos en la hondura no hay límites y tampoco
hay razones y es por eso que no puede exigírselo a los demás. Cuando nos
adentramos en el alma aprendemos que aceptación no es resignación sino respeto
por el camino del otro y por la dirección de las situaciones. Y también aprendemos
algo imprescindible, aprendemos a alimentarla porque sabemos qué es lo que
queremos, a cuidarla porque tenemos muy claro aquello que no queremos. Entonces
no digo “yo soy así”, digo “me conozco” y conocer es amar.
Parafraseando a Un Curso de Milagros:
“Algunas de las modalidades más recientes
del plan del ego son tan inútiles como las más antiguas, pues la forma en que
se manifiestan es irrelevante y el contenido sigue siendo el mismo. Estás
demasiado aferrado a la forma, y no al contenido. Lo que consideras el
contenido no es el contenido en absoluto. Para el ego, si la forma es aceptable
el contenido lo es también. Pero la forma no es suficiente para impartirle
significado, y la falta de contenido subyacente impide la viabilidad de un
sistema de pensamiento cohesivo. Cada vez que alguna forma de relación especial
te tiente a buscar amor en ritos, recuerda que el amor no es forma sino
contenido.”
Para poder llegar al alma del otro tengo que llegar antes, indefectiblemente, a la mía.
El amor es contenido y no forma, pero a menudo se nos olvida.
El amor es contenido y no forma, pero a menudo se nos olvida.
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