Gabriela Collado

Terapeuta Holística. Maestra Espiritual. Coach en Relaciones. Terapia PNL. Transgeneracional. Biodescodificación. Risoterapia. Reiki Master. Terapia Metamórfica. Registros Akashicos. Tarot Evolutivo. Canalizaciones. Terapias y Talleres Vivenciales (Presenciales y On Line). Conferencista. Seminarios Motivacionales.

domingo, 9 de julio de 2017

Cuando alguien muere todos morimos un poco



Todos los días muere alguien, es muy cierto, como también lo es que cada día, todos morimos un poco. Pero no es lo mismo cuando nos toca vivir de cerca la muerte de alguien a quién hemos conocido, a quien hemos visto, aunque sólo sea una vez.
Antes de anoche murió alguien con quien compartí apenas unos días en un retiro budista hace algunos años. Pedro tenía dos años menos que yo y se lo llevó de la mano una caída fatal. Recordé aquellos días en Trets, cuando repetimos juntos Nam Mioho Rengue Kio frente a un gohonzon, y me sentí triste.
Hace pocos días, también lloraba por la partida de alguien a quien había querido mucho.
Por regla general la muerte no es algo que me afecte especialmente; quiero decir que mi relación con ella ha sido siempre bastante natural; para mí la muerte siempre ha sido una parte de la vida y sé que ese ser no desaparece si no que se transforma y emprende un viaje con un nuevo rumbo. Así fue cuando presentí la muerte de mis abuelos, cuando despedí a mis padres.
Hoy me levanté pensando por qué la noticia de éstas dos muertes me ha movido algo más de lo habitual, por qué las muertes más cercanas nos afectan más que otras. No hablo de la persona que amas o aquella con la que vives, me refiero a cuando lloramos la muerte de alguien no tan cercano a nuestra vida, a nuestro día a día.
Lo que me respondí fue: la identificación. Nos identificamos con aquello que miramos y aquello en lo que nos miramos por eso nos afecta más la muerte de aquellos con quienes compartimos o hemos compartido parte de nuestra identidad. Podría, incluso, tratarse de alguien a quien no hemos visto jamás en persona pero que nos ha despertado mil y una emociones, como un cantante, un actor o nuestro ídolo del deporte. Aquellos seres con los que compartimos emociones, creencias, lugar, edad; todo lo que hace que nos digamos en ese momento "podría haber sido yo", porque si nos hemos visto reflejados con una parte de su vida, o un aspecto de ésta, también podemos ver una parte nuestra en su muerte.
Empecé diciendo que todos los días morimos un poco, porque cada día nos transformamos, porque el río que vemos no es el mismo río nunca aunque lo parezca y porque, cada ser que parte de este plano y con el que hemos compartido un trozo de nuestra conciencia, también se lleva parte de ese trozo aunque también nos deja algo de sí que nos transforma.
No soy la misma que antes de ayer ni seré la misma que mañana; la muerte de estas personas me recuerda que debo vivir esta vida ahora sin perder más tiempo teniendo miedo.
Creo que todos pactamos cuándo y cómo llegar a este mundo y también cuándo y cómo irnos de él, que son pasos naturales e ineludibles de la vida. Creo que si hemos elegido estar aquí y ahora es para experimentar la conciencia en todas su formas. Creo que cada par de ojos en los que me he mirado reflejan una parte de mí y que, cuando esos ojos se cierran, se va con ellos; tal vez por eso duela un poco más. Creo que el mejor honor que podemos hacerle a la muerte de otro ser es llenarnos de vida.
Sé que cuando lloro la partida de alguien no lloro por su muerte, porque es luz que vuelve a la luz, amor que regresa al origen.
Por todos aquellos trozos de nuestra vida que debemos dejar partir, aquello a lo que debemos dejar morir para poner nueva vida en su lugar. Por los seres que nos han transformado en lo que somos y que ahora se han transformado en luz. Aquellos que solo se han adelantado a nuestro viaje y que nos esperan al otro lado para seguir jugando a un juego nuevo, para seguir creciendo, para seguir amando.
¡Carpe diem amigos!

Maga

lunes, 3 de julio de 2017

¿Un cuerpo iluminado?

 
 
Muchas veces cuando hablamos de conciencia o meditación tenemos la idea de algo “espiritualoide” que nos eleva por encima de nuestro cuerpo y, en el peor de los casos, por encima de los demás.
Creemos que la conciencia o iluminación es algo que sucede allá arriba separado de nostros y tendemos a ignorar o rechazar a nuestro cuerpo o al ego que lo representa. Quizá por términos como el de ascención es que nos hemos imaginado que alcanzar la iluminación era algo como esas imágenes de Jesús o la virgen María elevándose hacia los cielos. En realidad la ascención sucede con el cuerpo y no es que nos elevamos de la Tierra sino que nos elevamos con la Tierra. Lo que se eleva es nuestra vibración energética y nuestro cuerpo es energía y, así, se expande nuestra conciencia (todas ellas). Es en verdad un proceso, más que de subir, quizás de bajar lo espirtual al cuerpo, en lugar de mantenerlo separado como algo sagrado que no podemos mezclar. Otro modo correcto de decirlo sería el de despertar a la divinidad que anida dentro de nuestro cuerpo.
Quiero aclarar que con el término “espiritualoide” me refiero a algo que pretende ser espiritual pero que es sólo una fachada construida por la mente y su idea de cómo debería ser o aparentar estar iluminado.
He conocido a algunas personas que aún creen que meditar es sentarse a pensar y otros muchos que han entendido bien la teoría de la ascensión pero se les ha quedado en algo meramente mental. Entender no es comprender y comprender implica atender a todos nuestros sentidos y cuerpos.
Seguramente por eso a mucha gente le cuesta comprender el concepto de que Dios está dentro de sí mismos. Imaginan a un Dios tan puro y sagrado que no puede mezclarse con lo denso y bajo de un cuerpo lleno de necesidades.
Yo misma tuve que aprender a estar en mi cuerpo (y me llevó mi tiempo debo admitir). Primero daba demasiada importancia a lo mental, luego a lo emocional y finalmente le llegó el turno al cuerpo a fuerza de llamadas de atención sintomáticas no sólo en mi cuerpo físico sino también en la representación de todo lo que refleja la necesidad de estar anclado a tierra y conocer el movimiento de las energías materiales como, por ejemplo, el dinero. Sin embargo ha sido un proceso que permití que fuera de modo natural, no forzándome a escuchar a una u otra cosa.
Lo que en verdad sucede es que estamos tan inmersos en nuestra mente que hemos desconectado de nuestro cuerpo y, por eso, éste no tiene más remedio que manifestarse a través de síntomas y enfermedades.
Así es que los términos conciencia, meditación e iluminación incluyen a nuestro cuerpo. Meditar es bajar al cuerpo, conectar con su centro, es tomar conciencia de mi Yo Soy completo. Se trata de alcanzar una coherencia y una unidad de todos nuestros cuerpos y/o conciencias. Mi conciencia del Ser puede tener muy clara una experiencia por la que estoy atravesando y saber que tengo la fuerza para atravesarla, pero mi conciencia humana, al ser más densa y estar inmersa en un mundo físico y condicionado, necesita otro tiempo para procesarla. De mi depende que aprenda a escuchar todos mis cuerpos y mantenga el equilibrio, sin rechazar a ninguno. Todas son herramientas que constituyen un todo. Imagina cómo sería usar el martillo para todo.

Gabriela Collado

sábado, 1 de julio de 2017

No te quedes con la sensación de haber dado poco

 
Buscamos la luz allí afuera, allí arriba. Buscamos comprender lo grande, desentrañar el Universo. Cuando, en verdad, la luz está aquí mismo, en lo pequeño, en amar con todas nuestras fuerzas, todo cuanto podamos, todo el tiempo.
No te quedes con la sensación de haber dado poco. Dalo todo, sin medida y así no habrá modo de equivocarse. Uno nunca se equivoca cuando ama. Quizá sí se equivoca cuando lo hace esperando algo a cambio.
Probablemente la vida no espere a que te atrevas, a que sientas que estás preparado, a que te encuentres seguro. Las personas menos. Tal vez ya no estén allí cuando dejes de temer, cuando acabes de pelearte contigo mismo. Nada de eso tiene sentido, salvo el amor. Lo único que en verdad importa es lo que das. Porque cuanto más des, más sentirás que has recibido.

¡Gracias por estar y por enseñarme tanto cada día!


Maga