Gabriela Collado

Terapeuta Holística. Maestra Espiritual. Coach en Relaciones. Terapia PNL. Transgeneracional. Biodescodificación. Risoterapia. Reiki Master. Terapia Metamórfica. Registros Akashicos. Tarot Evolutivo. Canalizaciones. Terapias y Talleres Vivenciales (Presenciales y On Line). Conferencista. Seminarios Motivacionales.

martes, 10 de marzo de 2015

La gran fuga



La fuga más grande de los últimos años es la fuga que hacemos de nosotros mismos, durante los cuales nos hemos dedicado a crear con ahínco y esmero una sociedad que mira hacia "afuera", es decir, hacia la nada.
Durante el tiempo que llevo trabajando como terapeuta, la dolencia más habitual con la que me toca enfrentarme es el escapismo de las propias emociones. Escapar de las propias emociones es algo aprendido, no es nuestra naturaleza, aprendimos a aguantar carros y carretas en lugar de dirigir el propio hacia un destino por naturaleza feliz y apacible.
Últimamente a la gente le cuesta mucho creer en una propia felicidad posible convencidos de que se trata solamente de un eslogan publicitario y no de una realidad alcanzable. Porque eso nos están vendiendo y eso es lo que compramos. El problema es que nos seguimos dejando engañar con que la felicidad es algo que vendrá de allí "fuera", una pareja, cosas (objetos fabricados), una medicina que nos aliviará, una operación de corto y pego y ya está y todo todo sin que conlleve por nuestra parte ningún tipo de esfuerzo más que económico. Me pregunto ¿por qué nos tratamos como máquinas cuando no lo somos?
Nos enseñaron que existen emociones "buenas" y emociones "malas" e, ingenuamente, hemos decidido erradicar de nuestra vida las "malas" porque creemos que de ese modo seremos más felices. Sin embargo, todos llegan al mismo resultado que es, precisamente, la dirección opuesta, la infelicidad. Y todo, porque nos estamos negando a nosotros mismos.
Vemos cada vez a más gente con ataques de pánico, ansiedad, cada vez más enfermos y, en el peor de los casos, cada vez hay más casos de cáncer entre la población.
Leía esta mañana una nota del Dr. Hamer, el padre de la nueva medicina germánica en la que decía:
"Los síntomas se detendrán por sí solos cuando la central de comandos lo decida. Mientras haya síntoma, es que es necesario que esté. Es de capital importancia.
Por ejemplo si usted se clavó un vidrio en el pie, le dolerá mientras cicatrice y estará sensible, pero justamente es para que no agrave la herida (si no le doliera seguiría caminando sin cuidar la herida y no permitiría que se cure: esa es la función del dolor).
No hay que olvidar nunca que el cerebro no se equivoca JAMAS. Si hay dolor es porque el cerebro dice: “A reposar”. Hay que respetar esa inteligencia innata que nos ha permitido sobrevivir desde hace tantos millones de años."
Cuando negamos el síntoma (y eso también vale para las emociones), lo escondemos, lo tapamos con un analgésico, lo queremos extirpar, en realidad nos estamos negando a nosotros mismos, estamos dejando de amarnos y aceptarnos completos, perdemos la coherencia.
No existen emociones "buenas" o "malas", existen emociones y éstas son nuestro propio termómetro que debería llevarnos hacia adentro para preguntarnos qué debemos cambiar, qué dirección deberíamos tomar o dejar de tomar.
Estamos demasiado pendientes de las etiquetas, de encajar en ellas y eso no es natural sino aprendido. Entramos en pánico de no encajar, de que no nos amen, huimos de la soledad a cualquier precio y ese precio es siempre el mismo: nosotros, nuestra felicidad. Es decir que aquello de lo que escapamos es el lugar directo hacia el cual nos dirigimos.
Es que es, precisamente, dejando de escapar que podremos alcanzar la coherencia que nos lleva a la propia felicidad. Si la emoción está ahí no sirve de nada que la ignores, la escondas, la tapes o la disimules porque ¡YA ESTA AHÍ! y si apareció es para que le prestes atención (TE prestes atención) y observes en dónde te has equivocado para retomar desde allí.
No existe nada fuera de nosotros y es por eso que mirar hacia fuera es mirar hacia la nada, si seguimos mirando hacia afuera nos encontraremos, a lo sumo, con nuestras propias creaciones (inconscientes e incoherentes) reflejadas en la misma enfermedad, en el ataque del otro, en la miseria y la guerra. Todo ello no es más un reflejo de lo que debemos reparar dentro.
La sociedad nos niega porque nosotros nos negamos "pensar en uno mismo es ser egoísta", "hazlo por los demás", "son las reglas del juego". Hemos creado una sociedad perversa que se manifiesta en nuestra contra y nosotros insistimos en "encajar" en ella.
La gran fuga, la más absurda, es la que hacemos de nosotros mismos. Buscamos que nos amen pero no nos amamos, nos negamos ¿cómo amar a los demás desde ahí? ¿cómo no negarlos también a ellos?
Nadie puede ofrecer algo que no posee, nadie que no se presta atención, se acepta y se ama, está en condiciones de amar a nadie. No puedo creerte cuando dices que me amas, si no te amas.
Hace mucho tiempo escuche decir a Facundo Cabral "No hay nada como recordar a padres felices". Tu felicidad, tu amor por ti le enseñará más a tus hijos que las palabras que puedas repetir hasta el cansancio y los regalos con los que puedas llenarlos y la educación más cara. Hemos suplantado valor por cantidad y amor por dinero. El infierno no anda lejos cuando nos negamos el amor.
Nadie te dará nada que tu no te des, nadie hará nada por ti que no hagas tu por ti mismo; no porque no quieran hacerlo, sino porque es lo que tu pides cuando te ignoras, que te ignoren.
Los niños se tapan los ojos convencidos de que, cuando lo hacen, el monstruo se va. Nosotros aún no hemos crecido.