Gabriela Collado

Terapeuta Holística. Maestra Espiritual. Coach en Relaciones. Terapia PNL. Transgeneracional. Biodescodificación. Risoterapia. Reiki Master. Terapia Metamórfica. Registros Akashicos. Tarot Evolutivo. Canalizaciones. Terapias y Talleres Vivenciales (Presenciales y On Line). Conferencista. Seminarios Motivacionales.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Competir vs compartir (Te doy, me doy)


Competir y compartir son opuestos.
Competir nos empobrece, compartir nos enriquece.
Vivimos en un mundo educado para la competencia constante y feroz que nos lleva a sentirnos cada vez más inseguros de nosotros mismos, nos lleva a tener que demostrar nuestra valía para ganarle al otro, para ganar sobre el otro. Vivimos comparando y comparándonos sin cuestionarnos la veracidad de la regla con la que medimos y somos medidos.
Todo eso no nos lleva más que a limitar nuestras infinitas posibilidades, no sólo como individuos dino como sociedad y, finalmente, como humanidad.
La competencia se asienta sobre el miedo, el compartir se asienta sobre el amor. ¡Así de grande es la diferencia!
Cuando le ganamos a otro, en realidad, no ganamos nada, sino que perdemos la posibilidad de enriquecernos, de expandir nuestro conocimiento y que el otro, a su vez, expanda el suyo, de trabajar y cooperar conjuntamente por un objetivo común que nos beneficiaria a todos y no sólo a uno. De hecho si es sólo uno quién se beneficia, no se beneficia nadie, ni siquiera ese uno, que se queda aislado con su ilusión de "ganancia".
Pasamos a vivir a la defensiva para que nadie nos quite eso que creemos ganado, encerrándonos cada vez más, confiando cada vez menos en el otro.
Compañero viene de compartir, lo demás es simple depredación. Así creamos el mundo en el que vivimos. Así nos hacemos responsables de cuanto vemos y padecemos.
Les enseñamos a nuestros hijos la competencia entre su grupo, necesitamos distinguirnos del resto y lo hacemos también a través de ellos perpetuando esta devastación atroz en la que estamos inmersos. Familia, hermanos, amigos, compañeros son palabras que pierden su sentido verdadero dentro de esta carrera absurda.
Nos hemos convertido en productos de marketing, nos vendemos, nos compramos, nos medimos. Somos máquinas de una enorme empresa insaciable y dejamos de lado nuestra humanidad.
Nos alejamos así de nosotros mismos, nos alejamos del amor en el que anhelamos vivir, nos encerramos en una trampa de miedo y pobreza y acabamos compitiendo, incluso, con nosotros mismos.
En todas las áreas nos manejamos igual, llevamos esa misma distorsión a todo cuanto manejamos, da igual, lo hacemos en el trabajo pero también en la pareja y en la religión.
El miedo nos empobrece y eso sólo puede llevarnos a una clara autodestrucción, como individuos y como humanidad.
Mi religión es mejor que la tuya, esta es la verdad, yo tengo razón, lo hago mejor... Todo lo hemos creado para competir, los equipos de fútbol, las marcas, los partidos políticos. Vivimos colgándonos etiquetas. Somos spónsores de otros menos de nosotros mismos. ¿Estás conforme con eso? No, no lo estás, porque esa necesidad de autoafirmarte en tus creencias (que a veces ni siquiera son tuyas), en tus posesiones, está cantando a gritos tu falta de seguridad en ti mismo porque no te has tomado el trabajo de conocerte, saber quién eres tu en verdad y no lo que te han dicho que eras o debías ser, darte la oportunidad de enamorarte de ti, no en un gesto de autocomplacencia egótica, no para distinguirte, si no para comprender mejor al otro ser humano con el que convives y compartes, para desarrollar la empatía, para compartir el amor que en realidad ya eres sin necesidad de poseer a nada ni a nadie, para derramar sobre el mundo los dones particulares que has venido a ofrecerle y con ello a ofrecerte a ti mismo a través de los demás.
El valor de cada ser no es medible en absoluto. Todos son exactamente igual de valiosos, cada uno en su particular aporte al gran conjunto.
Si sientes la necesidad de compararte con el ladrón o el asesino, busca al ladrón y al asesino dentro de ti, si no lo tuvieras no necesitarías distinguirte.
¿Cómo sería el mundo para nosotros si les enseñáramos a nuestras generaciones futuras, con la palabra y la acción, el valor de compartir?
Simplemente reflexionemos, en el fondo todos sabemos la respuesta.
¿Tenemos el coraje de vivir en el amor?
Para vivir en el amor debemos aprender a amar a la persona más importante del mundo para nosotros, nosotros mismos. Pero sin confundir Amor con soberbia, exigencia y distinción.
Las aves de rapiña lo hacen para buscar alimento, nosotros porque no sabemos jugar de otra manera.
Todavía estamos a tiempo.




Te invito a visitar mi web http://gabrielacollado.webs.com
¡Gracias por bendecir mi vida con tu lectura!


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