Odisea: El certámen del arco |
El regreso a Ítaca
Tras veinte años fuera
de Ítaca, Ulises regresa, pero decide ser prudente y no mostrarse tal y como es
hasta asegurarse de quiénes le van a recibir bien y quiénes no. Atenea le
disfraza de mendigo. Y así llega a su hogar. Allí los pretendientes de
Penélope, su mujer, campan a sus anchas y nadie se siente capaz de detenerlos.
Una vez ha visto lo que hay, se prepara para resolverlo.
Se refugia en la
cabaña del porquerizo del palacio, que le sigue siendo fiel. Allí es donde se
encuentra con Telémaco. Ambos se sientan y conversan. Llegado el momento,
Ulises le dice quién es. Telémaco mira al mendigo con escepticismo. Atenea le
devuelve su figura habitual, pero Telémaco sigue desconfiando. Ulises se
levanta enfadado y comienza a regañarle como solo los padres saben hacerlo.
"¿Cómo te atreves
a contradecir a tu padre? ¿Cómo que no me reconoces? Te digo que yo soy
Ulises".
Entonces es cuando
Telémaco le cree y entre los dos urden un plan contra los pretendientes.
El fin de los
pretendientes
Ulises, disfrazado de
mendigo, y Telémaco regresan al palacio. Ulises observa, ayudado por Telémaco,
quienes le siguen fieles y quiénes no. Penélope los ve y se acerca. Pregunta al
mendigo por Ulises, como hace a todos los viajeros. Ulises le miente. Le cuenta
que vio a Ulises al principio de la guerra. Inmediatamente, Penélope le toma
simpatía y manda a una sirvienta que le lave los pies. La sirvienta es
Euriclea, la antigua nodriza de Ulises. Ulises sabe que le reconocerá cuando
vea en su pantorrilla una cicatriz que tiene desde pequeño, como efectivamente
ocurre. Euriclea calla por orden de Ulises y se marcha de allí, incapaz de
ocultar lo que siente.
Los pretendientes
siguen acosando a Penélope. Harta les propone lo siguiente: el que sea capaz de
tensar el arco de Ulises, ese será su marido.
Todos fanfarronean.
Pero tensar el arco de Ulises no es tan fácil. Todos los pretendientes lo
intentan sin conseguirlo. Penélope sonríe. Mientras, Telémaco y Ulises han ido
cerrando las puertas de la sala.
Telémaco también lo
intenta y por poco lo consigue. Los pretendientes se burlan.
"Yo también voy a
intentarlo" dice el mendigo que es Ulises. Los pretendientes le arrojan
cosas. Es Penélope quien le defiende.
"Si este hombre
lo consigue, le colmaré de riquezas y regalos" dice. Luego se retira a
descansar.
Ulises va tensando el
arco y Telémaco termina de cerrar las puertas. Con una facilidad asombrosa,
Ulises consigue tensar el arco, pone una flecha y apunta a un pretendiente.
Atenea le devuelve su aspecto. Caen uno tras de otro.
Ulises, rey de Ítaca
Penélope descansa en
su habitación. Pero le despiertan los gritos de las sirvientas. Euriclea entra
en la habitación como una tromba.
"¿Qué haces aquí
dormida? Levántate, mujer. Ulises ha vuelto".
Penélope baja para
encontrar a su hijo charlando animadamente con un desconocido que se parece
mucho a Ulises. Pero ella es prudente. Todos le reprochan su corazón de piedra
sin saber que ese corazón es el que le ha permitido sobrevivir a las injurias
de los pretendientes.
Decide probar al
desconocido, tenderle una trampa. Se vuelve y le dice a un criado que bajen la
cama de Ulises hasta allí porque no piensa dormir con él.
Ulises pone los brazos
en jarras y la mira con fuego en los ojos.
"¿Te has vuelto
loca Penélope? Mi cama no se puede mover. Uno de sus pilares es un olivo que yo
mismo sembré".
Ulises ha probado su
identidad. No necesita nada más.
Ulises va a ver a su
padre Laertes. Al principio el viejo no le reconoce y una vez más Ulises tiene
que probar quien es. Luego los dos regresan a Palacio.
Tumbados en la cama,
Penélope y Ulises se cuentan sus aventuras. Atenea hace que esa noche sea más
larga de lo habitual.
Lo que hicieron cuando
terminaron de hablar no lo recoge la mitología.
***
Esta es la última parte de la Odisea y me valdré de ella, en
este caso, para referirme a la búsqueda del compañero.
Penélope es considerada un símbolo de la fidelidad conyugal
y Ulises el esposo que debe demostrar que el reino es suyo.
La pareja perfecta para nosotros es aquella que se adecúa a
lo que siempre deseamos, pero no siempre permanecemos fieles a este ideal. Ya
sea por el temor a quedarnos solos, por las opiniones ajenas, por querer
cumplir con los roles que nuestra educación o nuestra sociedad nos han impuesto
sobre cómo debería ser o deberíamos ser dentro de una relación o por creer que
nunca encontraremos en otro ser aquello que tanto hemos anhelado, acabamos
abandonando la espera y nos conformamos con una relación que es un pálido
reflejo de aquello que deseábamos para nosotros y que en el fondo de nuestro
corazón seguimos sabiendo que existe, que es posible.
Esta es la primera lección de Penélope. Penélope encontró a
su compañero en Ulises y se casó con él. Cuando Ulises partió hacia la guerra
de Troya, Penélope lo esperó. Cuando, diez años después, la guerra de Troya
acabó y se enteró del regreso de todos los reyes vecinos que habían participado
en la misma junto a su esposo, pero Ulises no regresaba, aun así continuó
esperándolo.
No fue por falta de pretendientes por lo que Penélope
decidió esperar el regreso de Ulises, sino porque no era darle un consuelo a su
corazón lo que ella quería. Ella sólo deseaba el regreso de su esposo, el amor que
sabía existía y era perfecto para ella.
Pero la sociedad a veces apremia, las circunstancias también
y ella, que estaba decidida a permanecer fiel, no a Ulises, sino a su propio
corazón, a sus propios deseos, urdió un plan para distraer a los pretendientes.
Hizo la promesa de que cuando acabara de tejer el sudario para su suegro,
elegiría uno de los pretendientes. Y así cada noche destejía cuanto había
tejido durante el día. Cada día tejía las ilusiones de encontrar, en alguno de
ellos, el rostro del esposo anhelado y cada noche, al hallarse sola con su
corazón, destejía sus falsas ilusiones para escuchar únicamente a su propia
verdad, la verdad que su corazón seguía susurrándole “Ulises llegará”.
Durante todos los años de espera Penélope le preguntaba a
cada viajero que llegaba a su reino si sabía algo de Ulises. Así, con cada
“viajero” que se acerca a nuestro corazón, nos preguntamos qué traerá de
Ulises. ¿Será él? ¿Está cerca?
Así transcurren los años y un día llega al reino un mendigo,
alguien que en nada se parece a ese Ulises que anhelamos y volvemos a
preguntarle, no a él, sino a nuestro corazón ¿qué sabes de Ulises?
Penélope siente que no le queda mucho tiempo, que no puede
esconderse mucho más en su sueño, que deberá elegir un pretendiente entre todos
los que habitan su reino. La consigna es la siguiente: aquel que logre tensar
el arco de Ulises, se casará con ella.
La fuerza del arco representa la intención y, sólo aquel
cuya intención sea la precisa, la que se adecúa a la representación de nuestro
“Ulises” interior, será el elegido.
Por supuesto que todos los pretendientes se quedan a mitad
de camino y sólo uno consigue tensar el arco. Mientras todos los pretendientes
fanfarronean, uno sólo se mantiene sereno tensando el arco sin detenerse.
Aun así Penélope desconfía, han sido muchos años de
ilusiones vanas, demasiados años esperando la llegada de Ulises para sólo
encontrarse con impostores deseosos de hacerse con su reino sin las intenciones
adecuadas. No es fría, sólo es prudente y fiel a sí misma.
Entonces decide tenderle una trampa al supuesto Ulises y
probarlo. Si realmente es él, conocerá el secreto escondido en su lecho, ese
que nadie más sabe. Y el lecho aquí representa, sin duda, sus anhelos más
íntimos. Así que si ese ser, que dice ser Ulises, sabe cómo llegar a su
intimidad, sabe cómo acceder al rostro todos ocultamos y también Penélope, si
sabe reconocer su otra naturaleza, entonces ya no habrá dudas ¡Ulises habrá
llegado!
Ella dice que no dormirá con él y que la cama de Ulises será
trasladada para cobijar al recién llegado. La particularidad del lecho es que
ha sido construido sobre un pilar de olivo. El olivo es el fruto de la pasión y
sólo el verdadero Ulises sabe que ese es uno de los pilares fundamentales del
lecho de la pareja. Sólo Ulises y Penélope saben dónde se halla la pasión en el
lecho que ambos compartirán.
Cuando el verdadero Ulises se descubre ante Penélope, el
tiempo se detiene, porque eso sólo lo consigue un Amor auténtico.
Como Ulises, el amor a veces llega disfrazado de una cosa
diferente a la que esperamos. Observa, ponlo a prueba, no lo des por sentado de
entrada. Ten la constancia y la paciencia infinita de Penélope. Nunca dejes de
perseguir aquello que anhelas y que tu corazón sabe que existe. Nunca pierdas
la fe en eso que crees. Te cortarán los brazos, las piernas, la cabeza, hasta
que vuelva a crecer una nueva cabeza para materializar aquello en lo que nunca
has dejado de creer, sea lo que sea.
Desteje tus ilusiones cada noche, coloca tus manos sobre tu
corazón y dile “lo estamos haciendo muy bien”.