Nos enseñan desde pequeñitos que los padres siempre aman a los hijos. Nadie
pone en duda esta máxima. A nadie se le ocurriría pensar que un padre y, sobre
todo, una madre, no amara a sus hijos. Cuando eso ocurre, nos convencemos de
que se trata de una excepción a la regla. Pero hay muchas.
Para eso habría que definir qué es amor o, qué es amar a alguien.
Procurar atención y cuidados es apenas una faceta del amor, pero cumplir, pura y exclusivamente, con esas dos premisas no significa que ames completamente a alguien.
Procurar atención y cuidados es apenas una faceta del amor, pero cumplir, pura y exclusivamente, con esas dos premisas no significa que ames completamente a alguien.
Particularmente me gusta la definición que Erich Fromm hace de lo que es
amar, en su libro “El arte de Amar”, en el que concluye que amar es conseguir
la propia felicidad con la satisfacción del otro. Él dice que amar es dar vida
y no se refiere con esto, exclusivamente, al hecho de traer un hijo al mundo,
se entiende.
Partiendo de esta base, hay en el mundo un concepto muy errado de lo que es
el amor. El concepto de amor se ha mercantilizado. Doy para recibir o, lo que
es aún peor, doy si recibo. Vivimos un amor condicional creyendo que eso es
amor y pasamos el resto de nuestra vida buscando acumularlo, da igual su forma,
dinero, parejas, sexo, trabajo, etc. Lo medimos y, con eso, lo reducimos a
nada.
Hubo un momento en mi infancia en el que dejé de recibir la atención de mis
padres. Nunca me faltó nada y mi familia, podría decirse, siempre estuvo
catalogada dentro de los parámetros de lo que denominan una familia normal. Sin
embargo, me faltaba algo, algo que ahora, en la madurez, me he dado cuenta que
nunca dejé de buscar.
Seguí buscando esa atención perdida, eso que yo sentía que debía ser el
amor, eso que, suponía, debían darme mis padres, esa aprobación de que yo soy
una persona “amable”. La buscaba en mis parejas, en mis jefes, en los amigos, etc.
Se da tan por sentado el amor de los padres por los hijos que si alguien, a
quien no le faltó nada ¿nada? (y aquí otra vez estamos encerrando, pura y
exclusivamente, el concepto materialista del amor), dijera que no ha
sentido el amor de sus padres sería puesto en duda.
El maltrato no es exclusivamente físico. También lo es el psicológico, la
carencia de ese amor, el desinterés, el poder, la indiferencia, el insulto, la
falta de respeto…
No necesariamente por ser padres han de amar a los hijos. La paternidad no
es un paquete que incluya el amor si uno no lo trae ya consigo en su bagaje
anterior.
Sinceramente, darme cuenta de esto, para mí, ha sido liberador, porque, por
fin, pude dejar de buscar algo, en nada y en nadie, que sabía no alcanzaría
jamás: la aprobación de mis padres.
Y esto es asumir mi responsabilidad como adulta. Esto es amarme y, así,
aprender a amar. Esto no es culpar a mis padres por el accidentado camino
recorrido hasta llegar a esta conclusión, sino comprender, desde el amor, que
nadie puede enseñar lo que no sabe. Y que, probablemente, ellos no supieran
amar porque tampoco sus padres han sabido hacerlo.
Como vivimos en comunidad, afortunadamente, encontramos otras personas que
nos dan ese amor, que nos demuestran esa ternura posible.
2 comentarios:
GRACIAS, MUY AMABLE!!!
GRACIAS, MUY AMABLE!!!
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