Gabriela Collado

Terapeuta Holística. Maestra Espiritual. Coach en Relaciones. Terapia PNL. Transgeneracional. Biodescodificación. Risoterapia. Reiki Master. Terapia Metamórfica. Registros Akashicos. Tarot Evolutivo. Canalizaciones. Terapias y Talleres Vivenciales (Presenciales y On Line). Conferencista. Seminarios Motivacionales.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Amor condicional



Nos enseñan desde pequeñitos que los padres siempre aman a los hijos. Nadie pone en duda esta máxima. A nadie se le ocurriría pensar que un padre y, sobre todo, una madre, no amara a sus hijos. Cuando eso ocurre, nos convencemos de que se trata de una excepción a la regla. Pero hay muchas.


Para eso habría que definir qué es amor o, qué es amar a alguien.
Procurar atención y cuidados es apenas una faceta del amor, pero cumplir, pura y exclusivamente, con esas dos premisas no significa que ames completamente a alguien.

Particularmente me gusta la definición que Erich Fromm hace de lo que es amar, en su libro “El arte de Amar”, en el que concluye que amar es conseguir la propia felicidad con la satisfacción del otro. Él dice que amar es dar vida y no se refiere con esto, exclusivamente, al hecho de traer un hijo al mundo, se entiende.

Partiendo de esta base, hay en el mundo un concepto muy errado de lo que es el amor. El concepto de amor se ha mercantilizado. Doy para recibir o, lo que es aún peor, doy si recibo. Vivimos un amor condicional creyendo que eso es amor y pasamos el resto de nuestra vida buscando acumularlo, da igual su forma, dinero, parejas, sexo, trabajo, etc. Lo medimos y, con eso, lo reducimos a nada.

Hubo un momento en mi infancia en el que dejé de recibir la atención de mis padres. Nunca me faltó nada y mi familia, podría decirse, siempre estuvo catalogada dentro de los parámetros de lo que denominan una familia normal. Sin embargo, me faltaba algo, algo que ahora, en la madurez, me he dado cuenta que nunca dejé de buscar.

Seguí buscando esa atención perdida, eso que yo sentía que debía ser el amor, eso que, suponía, debían darme mis padres, esa aprobación de que yo soy una persona “amable”. La buscaba en mis parejas, en mis jefes, en los amigos, etc.

Se da tan por sentado el amor de los padres por los hijos que si alguien, a quien no le faltó nada ¿nada? (y aquí otra vez estamos encerrando, pura y exclusivamente, el concepto materialista del amor), dijera que no ha sentido el amor de sus padres sería puesto en duda.

El maltrato no es exclusivamente físico. También lo es el psicológico, la carencia de ese amor, el desinterés, el poder, la indiferencia, el insulto, la falta de respeto…

No necesariamente por ser padres han de amar a los hijos. La paternidad no es un paquete que incluya el amor si uno no lo trae ya consigo en su bagaje anterior.

Sinceramente, darme cuenta de esto, para mí, ha sido liberador, porque, por fin, pude dejar de buscar algo, en nada y en nadie, que sabía no alcanzaría jamás: la aprobación de mis padres.

Y esto es asumir mi responsabilidad como adulta. Esto es amarme y, así, aprender a amar. Esto no es culpar a mis padres por el accidentado camino recorrido hasta llegar a esta conclusión, sino comprender, desde el amor, que nadie puede enseñar lo que no sabe. Y que, probablemente, ellos no supieran amar porque tampoco sus padres han sabido hacerlo.

Como vivimos en comunidad, afortunadamente, encontramos otras personas que nos dan ese amor, que nos demuestran esa ternura posible.

2 comentarios:

elale dijo...

GRACIAS, MUY AMABLE!!!

elale dijo...

GRACIAS, MUY AMABLE!!!