Gabriela Collado

Terapeuta Holística. Maestra Espiritual. Coach en Relaciones. Terapia PNL. Transgeneracional. Biodescodificación. Risoterapia. Reiki Master. Terapia Metamórfica. Registros Akashicos. Tarot Evolutivo. Canalizaciones. Terapias y Talleres Vivenciales (Presenciales y On Line). Conferencista. Seminarios Motivacionales.

sábado, 9 de mayo de 2020

Lazos transgeneracionales, secretos de familia.




La vida de cada uno de nosotros es una novela. Usted y yo, vivimos presos de una invisible tela de araña de la cual también somos uno de los directores de la obra. Si desarrolláramos nuestro tercer oído, nuestro tercer ojo, para captar, comprender mejor, entender, ver las repeticiones y las coincidencias, la existencia de cada uno se volvería más clara, más sensible a lo que somos, a lo que deberíamos ser. ¿Es posible escapar a estos hilos invisibles, a estas “triangulaciones”, a estas repeticiones?
Somos finalmente, en cierto modo, menos libres de lo que pensamos. Sin embargo, podemos
reconquistar nuestra libertad y salir de la repetición, entendiendo lo que sucede, captando estos hilos en su contexto y en su complejidad. Así, por fin, podemos vivir “nuestra” vida, y no la de nuestros padres o abuelos, o la de un hermano fallecido, por ejemplo, y que “sustituimos” a sabiendas o no…
Estos nexos complejos pueden ser vistos, sentidos o presentidos, por lo menos, parcialmente,
pero generalmente no se habla de ello. Se viven en lo indecible, lo impensado, lo no-dicho o lo secreto.
Pero hay un medio de modelar estos lazos y nuestros deseos, para que nuestra vida sea a la
medida de lo que nosotros deseamos, de nuestros auténticos deseos, de lo que deseamos profundamente y necesitamos (y no de lo que tienen ganas los demás para nosotros) para ser.
Si no hay ni azar, ni necesidad, se puede entonces escoger nuestra suerte, cabalgar sobre nuestro destino, “girar el sino desfavorable” y evitar las trampas de las repeticiones transgeneracionales inconscientes.
Que nuestra vida sea la expresión de nuestro ser profundo, es esto, en el fondo, en resultado de la labor de descubrirse y comprenderse a sí mismo, percibirse, verse, casi adivinado lo que apenas está expresado y que a veces se manifiesta por el dolor, la enfermedad, el silencio, el “lenguaje del cuerpo”, el fracaso, el acto fallido, la repetición, las “desgracias” y las dificultades esenciales. 
Ya Freud, a partir de su problemática y de sus propios sufrimientos, angustias e interrogaciones,
descubrió este “otro escenario”, este “agujero negro” que cada persona lleva en sí, su “no-dicho” o “no–expresado” (das Unbewusste, mal traducido en la época por inconsciente); este vacío, este “agujero negro vinculado a otros” (los miembros de la familia, los cercanos, la sociedad en su conjunto) así como el entorno, el contexto, es lo que nos forja, nos construye tanto que nos lleva a ciegas hacía lo agradable o lo trágico, o incluso, a veces, nos “juega malas pasadas.”
¿Puede hallarse un sentido profundo a estas cosas anodinas y banales de la vida diaria, olvidos,
lapsus, actos fallidos, sueños, actos impulsivos? ¿Qué significado dar a nuestros comportamientos y a nuestras reacciones, incluso a nuestras enfermedades, accidentes, acontecimientos de vida importantes y “normales” tales como el matrimonio (número, edad) profesión, número de hijos, de “abortos espontáneos”, edad del fallecimiento?
Al identificarlos, al escribirlos, podemos penetrar a pasos furtivos en esta “cosa” que trabaja dentro de nosotros. Quizás se descubran el talento de escribir, como tantas novelistas
inglesas, o de tocar el piano, o de cuidar un huerto, o se permitan realizar estudios, o  complacerse por fin.


Del libro: ¡Ay, mis abuelos! de Anne Ancelin Schützenberger

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