En este mundo de-mente en el que nos gusta hacerlo
todo al revés, con cada herida recibida nos cerramos. Usamos su marca para
recordar el dolor que nos ha provocado y así acrecentamos nuestro rencor y
mantenemos el miedo de que algo pueda volvernos a herir.
¿Te das cuenta? ¡Nos
centramos en el dolor! Y ¿Qué crees que sucede cuando te empeñas en recordar lo
desagradable, lo que duele? Allí donde pones tu atención, eso es lo que harás
crecer. Es ley que atraes aquello en lo que piensas, está más que demostrado ¿verdad?
Nuestra cultura tan "civilizada", tan
"amaestrada", nos ha enseñado a rechazar la belleza que se esconde en
cada herida.
Cuando éramos pequeños nos caímos de la bicicleta
mil veces y no por eso acabamos odiando a la bicicleta, ¿en qué momento decidimos
abandonar esa actitud?
Déjame contarte una historia. Cuando los japoneses reparan objetos rotos,
enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro. Ellos creen que cuando
algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso. El arte
tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte,
rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi. El resultado es que la
cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. En
lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y
celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
Kintsukuroi es el término japonés que designa al arte de reparar con laca de
oro o plata, entendiendo que el objeto es más bello por haber estado
roto.
Ahora llevemos esta imagen al terreno de lo humano, al mundo del contacto con
los seres que amamos y que, a veces, lastimamos. ¡Cuán importante resulta el
enmendar! Cuánto, también, el entender que los vínculos lastimados pueden
repararse con los hilos dorados del amor, y volverse más fuertes. Aquí te dejo
un cuenco bellísimo para compartir el té.
Con el amor por delante, vive. No temas. Ojalá nunca pretendas vivir sin que nada te hiera. Las heridas, al abrirse, te enseñan cuán profundo eres y, al cerrarse, te ensenarán cuán fuerte eres. Y cada vez que veas su cicatriz recordarás cuán valiente has sido por darte, por atreverte a sentir, a confiar, a amar, por atreverte a ser.
Las heridas son como las estrellitas que te ponía la maestra en el cuaderno cuando habías aprendido la lección. Si tienes tu cuerpo lleno de estrellas es gracias a ello que brillas y esa luz va desparramándose tras de ti, como las migas de Pulgarcito, para quien necesite recordar el camino de regreso.
Cada herida te fortalece... Cada herida se convierte en una grieta de oro que brilla, te hace brillar e ilumina el camino de los demás...
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