Para poder ponerle fin a algo
fuera primero debemos haberle puesto fin dentro nuestro.
Mientras interiormente se
mantenga una, aunque sea ínfima, creencia de que eso puede continuar (eso puede
tratarse de una relación, una enfermedad, una situación, un estado, etc.)
entonces lo dejaremos abierto.
A veces se mantiene esa puerta
abierta por miedo a la pérdida, aún tratándose de algo que nos causa dolor, nos
aferramos a esa creencia porque creemos que somos eso o, peor aún, que sin eso
no somos.
Sin embargo, la posibilidad de ir
cerrando puertas no significa siempre que algo se acabe, sino que da lugar a
que pase a otra etapa, se transforme, tome otra forma.
No hemos aprendido a vivir con
finales porque nos enseñaron a temer a la muerte y por eso nos angustian tanto
los cierres, sin embargo atravesamos finales o pequeñas muertes a cada instante.
Hay muertes que son realmente
sanadoras y no existe ninguna de ellas que no encierre en sí misma un nuevo
nacimiento.
Es decir que, si no damos lugar a
la muerte, no damos lugar al nacimiento de lo nuevo.
Entonces te pregunto ¿a qué le
temes realmente? ¿A la muerte o a lo nuevo?
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