Mientras escribía lo que sigue a continuación me encontré con un probervio zen que dice: “Después de la iluminación, todavía tienes que lavar la ropa” y me pareció una imagen excelente que, además se adecua a lo que intento hacer referencia.
En realidad, los seres verdaderamente despiertos que puede haber entre nosotros, se cuentan con los dedos de las manos.
Puede que haya seres más concientes que otros pero, mientras estemos aquí jugando a este juego, estaremos inmersos en la distorsión de esta 3ª dimensión. Si dejamos de creer en nuestro cuerpo, éste desaparece y no hay juegoposible aquí abajo.
Sí, es cierto, que tenemos acceso a diferentes niveles de conciencia y que, desde este sueño, nos expandimos a ellos.
En principio sólo somos concientes de nuesta consciencia Humana y luego vamos accediendo y tomando conciencia de nuestra consciencia del Ser.
Para comprender algo completamente uno ha de convertirse en eso. Como el músico es la música cuando compone. Es decir que uno no se convierte en música sólo por conocer la escala musical.
Por eso, estar despierto, no es sólo conocer la leyes universales, no es simplemente recitar un mantra iluminado o saber cómo funciona el juego. Es sentir que tú eres la ley misma, es convertirte en el mantra, ser el juego en sí.
Es, a la vez, desapegarte de todo conocimiento para saber que las leyes operan en tí, creas o no en ellas, sepas o no de su existencia y funcionamiento y que el juego no te atrape en sus tentáculos emocionales.
No somos lo que nos pasa si no que creamos lo que nos pasa; como quien moldea un sueño.
Somos los hijos dormidos de nuestra consciencia del Ser; ese Padre que nos ha dejado bajar a jugar y, una vez aquí, nos olvidamos de él y de cómo regresar. Hijos sin conciencia, o conciencia Humana sumida en la ignorancia de su verdadero origen.
“Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo. “Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque éste, tu hermano, estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.” Lucas 15:31-32.
En la parábola del hijo pródigo se relata ese regreso del hijo perdido a casa del Padre y da a entender que, en realidad, no importa lo que hagas, siempre que decidas regresar al Padre, el Padre te recibirá porque no juzga tu camino, no juzga tu sueño ni tu juego.
Por eso no necesariamente es más santo el que permanece en el templo acatando los preceptos por “temor” al Padre y sí puede serlo el que regresa “por amor a él”. Porque ha comprendido el significado del perdón, el valor del amor.
Aquellos seres que han alcanzado el éxtasis, han recordado el camino de regreso y decidido regresar al Padre pero, mientras lo hacen, siguen aún inmersos en el juego, aunque canten las alabanzas de su recuerdo. Muchas personas idolatran a esos seres y pretenden deshechar su parte humana. Si, al que llaman maestro, lo ven humano, lo rechazan; no comprenden que, aunque haya tomado conciencia de su consciencia de Ser sigue teniendo una consciencia Humana y, por lo tanto, aún debe hacer la colada cada día.
Creo que no hay cosa que más nos acerque a esa Consciencia del Ser, que tomando conciencia de nuestra propia humanidad.