Hay cosas que son tan bellas que duelen. En serio. Esbozo una sonrisa, no sin cierta condescendencia, cada vez que alguien usa la palabra amor como si fuera un pasaje al País de las Maravillas. El amor más hermoso que he conocido me ha raspado hasta los huesos, me ha roto y vuelto a recomponer, me ha dejado llorando, aún lágrimas de un dolor dulce, me ha revolcado durante días en mi propia oscuridad, me ha mostrado la belleza del miedo del otro que se desnuda vulnerable frente a mi, me ha dejado sin respuestas, a veces sin preguntas, muda y deshollada, me ha hecho resollar aceptación, me ha vuelto rebelde e impertinente, me ha arrojado al hoyo de la humildad más absoluta. El amor duele. Entiende lo que digo. El amor, el de verdad, es una sacudida de luz tan enorme que no puede si no descubrir tus propias miserias, tu soberbia, tu vana ilusión de control. El amor te eleva a la mejor versión de ti mismo, aunque sea durante un instante; suficiente para que regresar a tu pequeño trozo de vida ordenado duela que te cagas. ¿Qué digo? Duele casi a morir. Duele si no te dejas atravesar por él, si no te transformas con él. El amor, el real, es tan jodidamente verdad, que te deja aturdida, alelada, carajeando con tus ingenuos argumentos inservibles. Quieres correr desesperada, refugiarte en lo de siempre, camuflarte con un maldito árbol, pero el amor, el condenado tsunami del amor, ya te tocó y todos los arcoíris en los que habías creído hasta ahora se volvieron grises comparados con su resplandor. Esa luz que está en sus ojos, en sus palabras, en su tacto, en el aire que lo envuelve. El amor te llama, te renace, te reinicia, pero no negocia con tus intentos de encajar tus miedos. Más los quieres colar, más duele. Y sí, si has visto su rostro nunca volverás a ser igual. Tan luminoso eres que te asustas de ti mismo. Eso hace esta fuerza tremenda. Te rompe entero, te arrastra, te destroza, te aniquila, te mata... a ti no, a tus mentiras. El amor te empapa gota a gota o en diluvio. No puedes negarlo. Nada hay más real que lo que te moja. El amor solo quiere de ti una cosa: ama.
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