Gabriela Collado

Terapeuta Holística. Maestra Espiritual. Coach en Relaciones. Terapia PNL. Transgeneracional. Biodescodificación. Risoterapia. Reiki Master. Terapia Metamórfica. Registros Akashicos. Tarot Evolutivo. Canalizaciones. Terapias y Talleres Vivenciales (Presenciales y On Line). Conferencista. Seminarios Motivacionales.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Cristianos, budistas, ateos y científicos, más iguales de lo que creemos.

Beautiful Edimburgh

Me atrevo a decir que es fácil ser ateo, no creer en la existencia de Cristos y Budas humanos, o de cualquiera de los avatares que nos obligan ineludiblemente a mirarnos adentro.
Los dioses se han puesto bien alto, arrancándoles su humanidad, para desistir en la búsqueda de los mismos dentro de cada uno de nosotros, del poder y la divinidad que llevamos intrínseca. Para que su reflejo no nos ciegue, no nos diga cuánto camino nos queda por recorrer.
Negar su existencia es lo mismo que enaltecerla, los polos opuestos se atraen demasiado. En ambos lados se coloca como algo inalcanzable, da igual el argumento. Uno por temor, para que no llegues, para que desistas en su búsqueda y, por ende, en encontrar tu propio poder, el otro por comodidad quizás o por absoluto rechazo al anterior; al igual que ha sucedido entre machismo y feminismo.
Existieron y existen Cristos y Budas humanos (puedes elegir cualquier otro avatar, otro nombre, es lo mismo) y, como muchos lo han ya dicho, están siendo asesinados a diario, muchas veces a través de la burla y la degradación o del odio mismo. 
Son peligrosos los extremos. Es sospechoso escapar con fuerza de un lado hacia el otro porque se acaba perpetuando aquello de lo que se escapa.
Y tampoco aquellos que endiosan la ciencia escapan a este movimiento. La ponen tan alto que nadie puede atreverse a contradecirla o dudar de ella.
Endiosamiento o degradación, dos caras de la misma moneda, son actitudes llevadas a cabo a través del velo, el mismo velo de inseguridad y falta de reconocimiento de la propia esencia. 
Juicio, falta de observación, incapacidad de apertura. Sentenciando constantemente desde la propia percepción, desde la ilusión que habitamos. Miedo a reconocer la ilusión, a cuestionarla, a mirarla profundo y de frente. 
Nos negamos a reconocernos en el otro, en su divinidad y también en su miedo. Los extremos nos separan. La línea recta no admite un encuentro. El círculo, el punto medio, nos acerca.
En nuestro deseo por diferenciarnos nos parecemos más de lo que creemos. Diferenciamos al otro para conocerlo pero olvidamos que conocerlo es reconocernos en él y que el verdadero significado de conocer es amar.
Mientras exista un sólo ser o esencia sobre la tierra de la que nos sintamos separados, a la que rechacemos, no podremos conocer la absoluta expresión de la palabra amor y amarnos a nosotros mismos completamente, incondicionalmente.
Y esto también puede estar sonando extremista. Sin embargo, todo aquello que somos capaces de concebir es porque ya ha sido creado. Mientras nos mantenemos caminando, sin la comodidad de acomodarnos en un lugar y desde allí erigirnos jueces inamovibles, vamos acortando distancias. Reconocernos en el camino, sentir que avanzamos cada día hacia esa apertura, hacia ese encuentro. Reconocernos simplemente observadores del paisaje, que nos incluye. La humildad está en los pies, quizás ese sea el símbolo de las sandalias de Cristo y los pies de Buda. La corona siempre será de espinas mientras confiemos únicamente en la soberbia de nuestra mente, de nuestra altura que nos diferencia del resto. 
No nos subamos tampoco tan alto que podamos caernos ni tan bajo que podamos hundirnos. Ni ateo, ni ciego creyente; observador y caminante, aprendiz y maestro de sí mismo.




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