Competir y compartir son opuestos.
Competir nos empobrece, compartir nos enriquece.
Vivimos en un mundo educado para la competencia constante y
feroz que nos lleva a sentirnos cada vez más inseguros de nosotros mismos, nos
lleva a tener que demostrar nuestra valía para ganarle al otro, para ganar
sobre el otro. Vivimos comparando y comparándonos sin cuestionarnos la
veracidad de la regla con la que medimos y somos medidos.
Todo eso no nos lleva más que a limitar nuestras infinitas
posibilidades, no sólo como individuos dino como sociedad y, finalmente, como
humanidad.
La competencia se asienta sobre el miedo, el compartir se
asienta sobre el amor. ¡Así de grande es la diferencia!
Cuando le ganamos a otro, en realidad, no ganamos nada, sino
que perdemos la posibilidad de enriquecernos, de expandir nuestro conocimiento
y que el otro, a su vez, expanda el suyo, de trabajar y cooperar conjuntamente
por un objetivo común que nos beneficiaria a todos y no sólo a uno. De hecho si
es sólo uno quién se beneficia, no se beneficia nadie, ni siquiera ese uno, que
se queda aislado con su ilusión de "ganancia".
Pasamos a vivir a la defensiva para que nadie nos quite eso
que creemos ganado, encerrándonos cada vez más, confiando cada vez menos en el
otro.
Compañero viene de compartir, lo demás es simple
depredación. Así creamos el mundo en el que vivimos. Así nos hacemos
responsables de cuanto vemos y padecemos.
Les enseñamos a nuestros hijos la competencia entre su
grupo, necesitamos distinguirnos del resto y lo hacemos también a través de
ellos perpetuando esta devastación atroz en la que estamos inmersos. Familia,
hermanos, amigos, compañeros son palabras que pierden su sentido verdadero
dentro de esta carrera absurda.
Nos hemos convertido en productos de marketing, nos
vendemos, nos compramos, nos medimos. Somos máquinas de una enorme empresa
insaciable y dejamos de lado nuestra humanidad.
Nos alejamos así de nosotros mismos, nos alejamos del amor
en el que anhelamos vivir, nos encerramos en una trampa de miedo y pobreza y
acabamos compitiendo, incluso, con nosotros mismos.
En todas las áreas nos manejamos igual, llevamos esa misma
distorsión a todo cuanto manejamos, da igual, lo hacemos en el trabajo pero
también en la pareja y en la religión.
El miedo nos empobrece y eso sólo puede llevarnos a una
clara autodestrucción, como individuos y como humanidad.
Mi religión es mejor que la tuya, esta es la verdad, yo
tengo razón, lo hago mejor... Todo lo hemos creado para competir, los
equipos de fútbol, las marcas, los partidos políticos. Vivimos colgándonos
etiquetas. Somos spónsores de otros menos de nosotros mismos. ¿Estás conforme
con eso? No, no lo estás, porque esa necesidad de autoafirmarte en tus
creencias (que a veces ni siquiera son tuyas), en tus posesiones, está cantando
a gritos tu falta de seguridad en ti mismo porque no te has tomado el trabajo
de conocerte, saber quién eres tu en verdad y no lo que te han dicho que eras o
debías ser, darte la oportunidad de enamorarte de ti, no en un gesto de
autocomplacencia egótica, no para distinguirte, si no para comprender mejor al
otro ser humano con el que convives y compartes, para desarrollar la empatía,
para compartir el amor que en realidad ya eres sin necesidad de poseer a nada
ni a nadie, para derramar sobre el mundo los dones particulares que has venido
a ofrecerle y con ello a ofrecerte a ti mismo a través de los demás.
El valor de cada ser no es medible en absoluto. Todos son
exactamente igual de valiosos, cada uno en su particular aporte al gran
conjunto.
Si sientes la necesidad de compararte con el ladrón o el
asesino, busca al ladrón y al asesino dentro de ti, si no lo tuvieras no
necesitarías distinguirte.
¿Cómo sería el mundo para nosotros si les enseñáramos a
nuestras generaciones futuras, con la palabra y la acción, el valor de
compartir?
Simplemente reflexionemos, en el fondo todos sabemos la
respuesta.
¿Tenemos el coraje de vivir en el amor?
Para vivir en el amor debemos aprender a amar a la persona
más importante del mundo para nosotros, nosotros mismos. Pero sin confundir
Amor con soberbia, exigencia y distinción.
Las aves de rapiña lo hacen para buscar alimento, nosotros
porque no sabemos jugar de otra manera.
Todavía estamos a tiempo.
Te invito a visitar mi web http://gabrielacollado.webs.com
¡Gracias por bendecir mi vida con tu lectura!
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