Mi frase de cabecera últimamente es... "Y todo va
saliendo a la luz".
Se caen las máscaras, inclusive entre las personas cercanas
en las que habíamos confiado y, de repente, te enseñan su cara menos amable y
del modo más triste. Pero es, sin duda, parte del proceso que estamos viviendo
y vale agradecer poder saber quién es quién en este juego que decidimos jugar
juntos.
Tanto a nivel colectivo como personal comienza a imperar la
honestidad. Brutal, sí, en muchos casos, pero necesaria, clarificadora, maestra
absoluta.
Agradecida estoy de que con el amor suceda lo mismo y poder
ver en la transparencia de muchos ojos la incondicionalidad que brota de su
corazón.
Son tiempos en los que no podemos ocultar más lo que somos,
ni aún queriendo. Nos tropezamos con la luz en cada esquina y eso es algo por
lo que debemos celebrar.
La coherencia me dice que es una buena oportunidad para
practicar la compasión, para no dejar de brillar, para reconocer que cada gesto
de maldad es una herida en quien la profesa que nos da la oportunidad de
manifestar ese amor que decimos ser.
No existe el camino fácil hacia el amanecer de la
conciencia, pero tampoco tenemos porque llamarlo difícil si comprendemos que es
alimento para empoderarnos, para expandir nuestra propia conciencia aún más,
para comprender de una vez por todas que el amor que buscabas fuera siempre ha
estado dentro, para reflexionar sobre las propias sombras, para elegir a quién
deseas alimentar, quién eliges ser a cada instante.
Uno no se ilumina ensombreciendo al prójimo. Recuerda que lo
que das, te das. Sólo hay un camino, si eliges recorrerlo.
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